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Cultura

Se aprende a escribir leyendo, se aprende a pensar escribiendo

Parece que las preparatorias en general, están más preocupadas por enseñar «qué pensar» que en enseñar «cómo pensar». Evidencia de ello, es lo que casi todo profesor descubre tras revisar la pila de textos de cada nuevo semestre que comienza: sus alumnos no saben redactar.

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Los alumnos no saben redactar y no es poco frecuente que el profesor mismo tampoco sepa hacerlo, por lo que no es consciente ni de sí mismo, ni de nadie. Muchos están más preocupados por alinearse a las estupideces lingüísticas del momento (como el emplear el “hola a todos y todas”, o “bienvenidos todxs” en sus comunicaciones orales y escritas) que en enseñar a pensar mediante el flujo coherente del lenguaje y las palabras.

Recientemente un silencioso y circunspecto alumno —quien definitivamente goza del respeto unánime de todos— descubrió en mi clase que no sabía redactar. La triada (silencio, incompetencia, respetabilidad) me hizo recordar a Peter Sellers en su brillante película «el Jardinero», no lo pude evitar.

El alumno —al borde de las lágrimas— no solo descubrió que no sabía redactar, también descubrió que los profesores que tuvo en el pasado fueron grandes simuladores y grandes desconocedores de la sintaxis y de la gramática en general. Nunca le corrigieron sus textos cuando debieron, por algunos años le hicieron creer que su escritura era magnífica, él desarrolló entonces el hábito de utilizar muchas palabras ostentosamente inútiles en su redacción, y hoy se siente defraudado por un sistema educativo y por profesores zonzos que nunca fueron capaces de ofrecerle otra cosa más que ánimo hueco al pobre muchacho

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Cultura

Docencia envidiosa, docencia canalla

La envidia es la negación de uno mismo por la afirmación percibida —o falsa— de otro. La envidia es la forma más alta de traición que un ser humano puede consumar contra sí mismo. Contra el milagro espiritual y biológico que cada quien es. La envidia no alcanza ni siquiera a ser el nivel más bajo de autoconocimiento porque, para empezar, la envidia está siempre por debajo de la realidad. Al envidioso le urgen dosis fuertísimas de realismo que lo curen de su loca embriaguez.  

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A diferencia de la admiración sincera, que nos eleva, nos enaltece, y es disfrute del admirado, la pasión de la envidia nos esclaviza al resentimiento infeliz y torpe de lo que otros son y nosotros no podemos ser o tener, en circunstancias que no son las nuestras.

La envidia es mala en todas las personas y en todas las profesiones. Hay una profesión, sin embargo, en la que la envidia, —por su capacidad de transmisión a las generaciones siguientes — es particularmente vandálica y porcina: la docencia. En todos sus niveles, desde preescolar hasta la universidad

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La guerra por la infancia y sus cinco batallas (5/5): dimorfismo sexual, fondo y forma

Dimorfismo sexual es lo que visualmente marca las diferencias externas entre los sexos de una misma especie. Se presenta en la mayoría de las especies, en algunas más, en otras menos. Wikipedia lo define como las variaciones en la fisonomía externa, como forma, coloración o tamaño, entre machos y hembras de una misma especie. Se presenta en la mayoría de las especies, en mayor o menor grado.

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Existe también el dimorfismo sexual cerebral, que alude a las diferencias anatómicas, químicas y funcionales entre el cerebro del hombre y el de la mujer.

Diferencias en regiones del cerebro asociadas al lenguaje, la memoria, las emociones, la visión, la audición y en la forma de orientarse en el espacio para ir de un lugar a otro, o para estacionarse en reversa.

Más comentarios sobre este último dimorfismo los dejaremos para otra ocasión, pero estuvo bien el mencionarlo, para familiarizarnos y adoptar el nuevo término: dimorfismo sexual.

En circunstancias normales, nadie tendría que hablar sobre el dimorfismo sexual más allá de lo que atañe a animales en el zoológico, a un viaje salvaje a la jungla, a alguna clase de zoología (el estudio de los animales) o de etología (el estudio de su comportamiento).

En circunstancias normales…

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Cultura

La guerra por la infancia y sus cinco batallas (4/5): mundos chatarra fuera de la realidad

Jediismo es el credo asociado a la iglesia Jedi o religión Jedi, que es un nuevo movimiento religioso inspirado en los guiones de las películas de la Guerra de las Galaxias y se cuentan por cientos de miles alrededor de todo el mundo. Este es solo un ejemplo de lo que Michel Houellebecq describe en sus novelas como las nuevas condiciones culturales —o de vació cultural— para el surgimiento de nuevas sectas religiosas en el siglo XXI.

Caperucita y el lobo: Jessie Williams Smith, Fotografía: Andrés Bucio. Wikipedia
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No es mi propósito caracterizar estos movimientos, sino solo mencionarlos como un ejemplo de lo que yo creo que es una batalla a librar contra el excesivo tiempo que ocupan la mente de niños y jóvenes los nuevos «mundos chatarra fuera de la realidad».

No estoy en contra de las religiones ni de las filosofías espirituales, pero si creo que deben ser motivo de preocupación las recientes «ideologías chatarra nacidas en el mundo digital » que se hacen pasar por religiones.

Y quiero explicar el término «chatarra». Todas las grandes religiones antiguas se las arreglan para ofrecernos una visión más o menos contrapuesta entre las fuerzas rivales que ya conocemos: el bien y el mal, el yin y el yang, etc.

Alrededor de esa oposición, las tradiciones religiosas generan cada una sus propios mitos religiosos (Caín y Abel bíblicos, los Puranas hinduistas, los diez reinos espirituales budistas, etc.).

Eso no es lo mismo que las ideologías —típicamente con una agenda política y completamente dependientes de las redes sociales— que solo nos cuentan un lado de la historia, la que más se les antoja a sus dirigentes o “sacerdotes” y que suele enajenar a la gente. Los enajenados son frecuentemente aquellos que menos herramientas psicológicas tienen para defenderse: niños y jóvenes, o adultos con mentalidad infantil

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Cultura Tecnología

La guerra por la infancia y sus cinco batallas (3/5): la cosificación autista del otro

En el artículo de la semana pasada se argumentó que la manera de operar nuestro «teléfono inteligente» forzaba en nosotros por lo menos dos comportamientos extraños.

El primero de ellos es el «uso mental del templete»: el uso continuo y prolongado de templetes en nuestras vidas —vía las pantallas— restringe nuestro campo de visión y de percepción de nosotros mismos y de la realidad: los templetes encapsulan la realidad compleja de nuestro mundo en una camisa de fuerza imbecilizadora que, acto seguido, es capaz imbecilizar nuestro comportamiento entero.  

Muchos faranduleros claman padecer el síndrome de Asperberger
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El segundo comportamiento extraño que los celulares —y el mundo digital en general—  parece forzar en nosotros es «la costumbre frecuentemente perezosa de arrastrar el dedo» o «swipe»: costumbre en la que comenzamos  a adoptar —sin quererlo tal vez— comportamientos cuasi-autistas, o muy parecidos a los exhibidos por personas clínicamente autistas

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Cultura Tecnología

La guerra por la infancia y sus cinco batallas (2/5): «autismos» programados

La semana pasada quedamos en que abordaríamos el tema de las conductas antisociales como una de las cinco batallas en la guerra por la infancia. Sin embargo, pensándolo bien, una buena parte de las conductas antisociales que me interesa resaltar, confluye en lo que podríamos etiquetar como autismos programados. Sostengo que hay autismos que no son producto de la gestación y el desarrollo antes de nacer, sino inducidos por la cultura chatarra circundante.

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Mencionemos solo de pasada —y para quitárnoslo de encima—, el fenómeno menos importante del autismo como una vil, vulgar y agresivamente estúpida moda: hoy está de moda ser autistas, para ser precisos. Autismo no como un fenómeno del comportamiento, sino como pose social  —«…tengo el síndrome de Asperberger amigos míos, así que ya lo saben»—.

Así como hace 10 o 15 años mucha gente quería tener alergias a fin poderse proyectar socialmente como alguien «especial», hoy, todo mundo —O.K: mucha gente— entre ellos muchos niños y adolescentes, quieren poder decir que son autistas

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Cultura

La guerra por la infancia y sus cinco batallas (1/5): el sentido de autoridad

Las figuras monstruosas —esa horripilante «hada madrina» cornuda— que aparece en la reciente versión del pinocho de Guillermo del Toro, normalizando la cultura de las bestias y de los demonios, me hizo —de una vez por todas— aceptar que estamos delante de una guerra por la apropiación de la psique infantil y que dicha guerra consta de varias batallas, mismas que enumeraré ahora mismo. 

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Antes de hacerlo, admito que suena algo feo decirlo, pero por mis conversaciones con varias personas cuya opinión respeto y que también trabajan en el ámbito educativo, deduzco que ni con muchos universitarios ni con muchos adolescentes, hay mucho ya que hacer.

Una vez indoctrinados y socializados en la cultura contemporánea basura que los circunda implacablemente, es relativamente poco lo que se puede hacer para sacarlos del agujero ideológico en el que los han metido, o los han dejado entrar sus propios padres y ambiente familiar.

Es un proceso de auto-selección —o quizás llegue el día en el que tengamos que nombrarlo más claramente: de auto-destrucción—, en el que uno trata de ayudarlos, pero no hay resultados garantizados.  La guerra es pues, por la infancia, y consta de cinco batallas, incluidas las siguientes:

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Economía Sostenibilidad

¿Evitar el cambio climático o erradicar la pobreza, qué debe ser prioritario?

La mayor parte de las personas, incluyendo los universitarios, nos ahorraríamos muchos quebraderos de cabeza y tiempo malgastado, si en lugar de prestar atención a las soluciones propuestas en los medios masivos y redes de comunicación, (cual pasivos espectadores) mejor prestásemos atención (cuál gente digna de confianza) a las premisas de las que cada una de estas «soluciones» rivales parte.

Foto: Andrés Bucio
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Lo anterior es importante porque esas premisas generalmente están ocultas y la única manera de descubrirlas es imaginándolas plausiblemente y en coherencia con los resultados que producen.

¿Y qué pepinos es una premisa te preguntarás? Pongamos un ejemplo

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Política Sostenibilidad

La agenda 2030 es el caballo de Troya de la agenda de género global

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Cuando estudié en la universidad, licenciatura, maestría, y más recientemente en el doctorado eran muy frecuentes las conversaciones informales en las cafeterías y en los bares entre mis compañeros e incluso entre mis profesores.

Con relativa frecuencia acabábamos hablando de temas de gran alcance: los sistemas energéticos regionales, el futuro del ecosistema global, las finanzas mundiales, los monopolios alimenticios globales, etcétera.

Después de varios cafés —o varias cervezas— (todo esto fue en Norwich, Inglaterra, en donde, por razones que en México deberíamos investigar, hay «pubs» dentro de los campos universitarios, en donde todos beben alcohol, y si quieren se embriagan, pero no al punto de ponerse excesivamente idiotas o impertinentes, haciendo necesaria la clausura de dichos lugares)

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Cultura

El riesgo de la verdad es la pequeñez, el riesgo de la grandeza, la falsedad

Víctor Hugo —y esta misteriosa frase suya que ahora nos sirve de encabezado— nos ayuda mucho a esclarecer cómo es que funciona un buen trozo de la idiosincrasia política mexicana. Y no solo la mexicana, sino la de cualquier otro país, alude a cosas en las que todos los seres humanos nos parecemos.

Víctor Hugo en 1873
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Traducida al lenguaje coloquial universitario, el significado que encierra la frase de Hugo puede ser el siguiente:

«si vas a ser de izquierda, busca la verdad pero no seas fodongo, vaquetón y naco al hacerlo; si vas a ser de derecha, busca la grandeza pero sin ser un farsante, un hipócrita, un estúpido moral y también un naco—dado que genéricamente «naco» significa «alguien que rutinariamente hace cosas de mal gusto»—; caminar sobre la faz de la tierra, hablarle a la gente,  sentarte a comer, volverte a parar y a caminar, siendo un hipócrita y un farsante todo el día todos los días, es de mal gusto: exhibes comportamiento naco. Y, a diferencia del naco de izquierda, que solo necesita mejorar un poco su estética de lo digno y sus maneras, tú, hipócrita falsario, si necesitas ir al psiquiatra».

Dado que se aprende a escribir leyendo y a pensar escribiendo, uno de los muchos problemas de pasar los mejores años de tu juventud