Ahora usted, he notado señor presidente, inicia su ceremonia del grito de independencia con un “…mexicanas… mexicanos…», alternando luego los nombres de Hidalgo y Allende con los de Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario, en sustitución de independentistas otrora evocados como Javier Mina, Juan Aldama, Mariano Jiménez o Pedro Moreno. Todos ellos fusilados, sus cabezas decapitadas, clavadas en una pica, o colgadas en una jaula, según haya sido su suerte. Hombres que murieron (mejor venadeados a balazos que enfermos en sus lechos, dirán algunos)… pero en su mayoría intentando conquistar una identidad y territorio propios, sin los cuales, imposible es el escapar de la pobreza, según la entienden antropólogos como Oscar Lewis, señor presidente.

Lewis entendió la pobreza (tras cuarenta años de estudiarla en México) como ese sentimiento que experimentan los seres humanos (tanto ricos como pobres) de no tener un poco de control sobre las circunstancias que le permiten a uno formarse un destino propio. De ahí la importancia de los héroes patrios, de la violencia con la que murieron, sin ellos no podría haber prosperidad