Actualmente muchos adultos —tal vez demasiados— visten, se expresan, piensan y se comportan a diario de maneras «infantiles». Sociedades enteras, como la norteamericana, son objeto de burla constante por el tono y talante pueril de su cultura.

Por otro lado ¿alguien recuerda alguna etapa más seria que aquellos años luminosos, lluviosos y encantados bajo la curvatura del cielo, llenos de imanes y esferas flotantes de jabón en los que se despierta al mundo, se le observa y mira de frente?
Ser un niño es un asunto serio que —cuando se es niño— tiene muy poco de «infantil». Y es que, quizás ya va siendo hora de empezar a distinguir entre la «condición de niño» y el «comportamiento infantil».

Una de las facetas más interesantes de la seriedad humana la encontramos en la mirada impasible y verdadera del niño frente al mundo, en la pureza crédula y transparente con la que encara su misterio y juega en él osadamente. Sus ojos filtran la realidad de maneras que lo hacen indestructible frente al cinismo de los adultos. Cinismo cuya existencia desconocen: no se molesta siquiera en dar estatus de existencia.
En su manera de estar en el mundo —su propia versión del ser humano—, el niño puede ser incluso juguetonamente cruel, malicioso o atrevido, torturar insectos y aventar piedras, pero nunca llegará a ser cínico o mamarracho, porque el niño en esencia es translúcido y serio en todo lo que ve y hace. No por nada, en la tradición cristiana tanto occidental como oriental, la mirada limpia y seria en los ojos del niño —y no la mirada pueril y mantecosa del adulto contemporáneo postmoderno— figura como precondición para ingresar al reino de los cielos (Evangelio de Mateo).

Conclusión:
¿Existen los niños posmodernos? No. La mentalidad y comportamiento posmodernos requieren de adultos deconstruídos, infantilizados, sencillotes, paralizados en la nulidad de sus criterios, llenos de dependencias afectivas, ensimismamientos ideológicos y urgencias neuróticas de «visibilización» y «empatía». La cultura posmoderna exige adultos obsesionados con «su felicidad» y sus libros y podcasts de autoayuda; adultos incapaces de una mirada seria, limpia y abierta ante el mundo y la realidad, como la del niño.

